Guido Ramellini, miembro del equipo fundador del MMACA.
Nota al pie en relación al título[1]
Este escrito será usado cómo epílogo de un pequeño libro[2] que se está ultimando y que se escribió casi por completo antes de que estallara la pandemia de la Covid19 y todas las manifestaciones colectivas y, específicamente, culturales se pararan de golpe.
Todos los museos tuvieron que cerrar sus puertas y enfrentar una crisis general, aun cuando podía tener distintas repercusiones, dependiendo del tamaño, la cobertura institucional y la vocación de cada estructura patrimonial.
Las exposiciones temporales e itinerantes, conferencias y ferias tuvieron que posponerse durante meses o hasta un año. Muchas reuniones o proyectos de colaboración han tenido que cambiar el tamaño y adaptarse a un formato virtual, a distancia, en la red.
De repente, todo parecía cambiar y lo que se pensaba, escribía o elaboraba en el contexto anterior ahora parecía una utopía a la que temíamos no poder volver nunca más. Sin embargo, muchas de las ideas que hemos reelaborado o recopilado en nuestro librito siguen siendo válidas y útiles para seguir luchando por una mejor educación en ciencias y matemáticas, incluso ante una emergencia.
Dicho esto, está claro que tenemos que lidiar con la complejidad de la situación y la incertidumbre que nos persigue y condiciona.
En temas de educación, al poco rato se creó un unánime consenso sobre el hecho de que las escuelas debían reabrir y garantizar la enseñanza presencial, afirmando que el derecho a la educación es un pilar fundamental y esencial de nuestra sociedad. No parecía importar si, hasta sólo seis meses antes, negar este derecho a un gran número de niños en todo el mundo[3] parecía no perturbar el sueño de los poderosos de la Tierra. Sin embargo, no seré yo el que discuta sobre el retraso o la hipocresía de esta revelación, si finalmente se llegara a considerar que el derecho a la educación debe garantizarse para cada niño y niña, rico o pobre, en todos los rincones de este mundo.
La defensa de la escuela como institución, naturalmente, también tiene otros componentes, entre ellos el de posponer el debate sobre la reconciliación entre el trabajo y la vida familiar hasta pasado mañana. También debe considerarse el fracaso sustancial de la experiencia de la enseñanza a distancia, en parte porque se improvisó, sin una preparación previa adecuada para las escuelas y los estudiantes, y ciertamente porque se constató que las desigualdades sociales afloraban aún más. Sin embargo, se pudo comprobar una vez más —como si fuera necesario—, que la educación es un proceso de intercambio, que necesita contacto entre los seres humanos, para crear una situación en la que se debe compartir también el espacio físico. Este espacio físico compartido ha pasado, durante varias semanas, de la escuela al hogar. Nos gustaría pensar que muchos adultos han redescubierto el placer, no tanto de enseñar, sino de aprender junto con sus niños, de observar su crecimiento cultural, su evolución y de abrirse a la adquisición de conocimientos y habilidades, a la formulación de preguntas e hipótesis, a la pasión de encontrar respuestas. Sin la participación de las familias, y el placer de hacerlo, todo proyecto educativo fracasa.
Una vez que se ha acordado el derecho a la educación, surge una pregunta: ¿existe el mismo derecho a la cultura?
La respuesta es dramáticamente drástica: obviamente no. Sin embargo, si por un lado está claro que es la escuela la que proporciona muchas de las claves necesarias para acceder a la cultura, no parece igualmente evidente que, sin la compleja red de experiencias que conforma la cultura personal y colectiva, no hay educación, solo trasmisión, adiestramiento o entrenamiento.
Pero está claro que la defensa de las iniciativas culturales no provocó el mismo debate y el mismo apoyo social. Quizás se pueda obtener una importante financiación pública y que algunos sectores, como los deportes profesionales, capaces de mover ingentes cantidades de dinero, recuperarán rápidamente su espacio, mientras que permitirán que la galaxia de deportes minoritarios o prácticas de aficionados agonice. También es evidente que algunas modalidades de entretenimiento podrán adaptarse más fácilmente a la situación cambiada, reduciendo la asistencia y aumentando el impacto del uso individual a distancia, acentuando básicamente una tendencia ya presente, enriqueciendo las televisiones comerciales y las redes sociales, hasta aceptar convertirse en contenedores para publicitar necesidades inducidas. Para otros espacios de entretenimiento colectivo, el riesgo es mucho mayor. ¿Resistirán los cines o teatros? ¿Los conciertos musicales? ¿Y, por supuesto, los museos? ¿Cuáles son los costos y tiempos para la recuperación?
En una sociedad que recela de las reuniones, con importantes sectores económicos de rodillas (el turismo, por ejemplo, que es sobre todo uno de los clientes más importantes para algunos museos), ¿habrá espacio para una respuesta que no sea la iniciativa de un gobernante ilustrado, sino una necesidad que expresa la gente? ¿Sobrevivirá solo el consumo cultural vinculado a grandes eventos y élites sociales o experimentaremos el redescubrimiento del valor del evento colectivo, del encuentro y el debate?
Aunque el lenguaje militar se ha utilizado con frecuencia y en exceso para hacer frente a la pandemia, muchos autores advierten del riesgo de confundir un período de posguerra con el que sigue a una epidemia. Al final de una guerra, después de haber derrotado al enemigo, bien identificado y extranjero, se produce un período febril de reconstrucción, renovación y creatividad[4]. Después de una epidemia, el miedo permanece para un enemigo poco identificable, que puede reaparecer en cualquier momento y en cualquier lugar. Genera suspicacia, aislamiento y conformismo. Por lo tanto, es necesario actuar para generar un pensamiento positivo y un deseo de progreso.
En todo caso, es necesario reconocer que será necesaria una adaptación, que es importante que los museos reconsideren su estrategia, sin perder la esencia de su función y reclamar su potencial de cara a los desafíos que nos esperan y que requieren conocimiento, creatividad y colaboración[5].
Siguiendo en esta línea, sirvan como ejemplo de una posible elaboración y respuesta colectiva los 14 puntos clave que surgieron del debate entre operadores culturales, gestores de museos y entidades patrimoniales, promovido por la Fundación Carulla[6]:
1) Hoy: es necesario prepararnos para un mundo incierto, cambiante y contradictorio.
2) Con ilusión: fortalezcamos las emociones positivas.
3) Con un espíritu crítico: debemos generar más preguntas que respuestas, construir conocimiento y salir de nuestra zona de confort.
4) Con imaginación: potenciemos la creatividad y la curiosidad. Somos cabeza, corazón, manos y alma.
5) Un laboratorio: mejoremos el museo como un espacio de aprendizaje compartido.
6) Calidad: antepongamos la calidad de nuestras propuestas a la cantidad.
7) Colaboremos: creemos complicidad con las escuelas y otras instituciones educativas no formales o informales, para crear auténticas comunidades educativas.
8) Abramos nuestros oídos a las necesidades específicas que provienen de la sociedad y del entorno más inmediato.
9) Pidamos un compromiso garantizado de la administración pública y reformas legislativas para incrementar el patrocinio.
10) Creemos espacios de encuentro: con familias, grupos de jóvenes y mayores, asociaciones…
11) Tejamos redes: colaboremos con las comunidades locales y demosles voz y protagonismo.
12) El espacio virtual: experimentemos sus posibilidades, conscientes de los límites y sin querer reducir todo a este formato.
13) En presencia: organicémonos, ofrezcamos garantías sanitarias, creemos condiciones de seguridad personal, pero no dejemos de abrir nuestras estructuras.
14) Inclusión: estimulemos la oferta, en presencia y virtual, para todos, derribando barreras físicas y económicas. ¡Alentemos la imaginación!
Por supuesto, la transición de las buenas intenciones a las buenas prácticas no es fácil ni automática; sin embargo, si tenemos objetivos claros y mantenemos una cierta coherencia incluso ante las dificultades, será más fácil no ceder ante compromisos, conformismos o desesperaciones fáciles. Tenemos un amplio espacio para la experimentación y quizás ha llegado el momento de implementar algunas de las ideas que hemos guardado en el cajón e involucrar a nuevos actores.
En el ámbito de las matemáticas, se ha mostrado ante los ojos de todos cuánto son de importantes y útiles para predecir y controlar fenómenos complejos y situaciones inesperadas. A menudo, su impacto ha sido disminuido por una información sensacionalista y sin escrúpulos o intoxicado por intereses espurios, que crean confusión y falsas expectativas.
Reclamamos el espacio de los museos como un sitio confiable de encuentro, una fuente de comparación, investigación, difusión y validación de la información.
Al igual que con otros aspectos de nuestras vidas, la emergencia en la que nos vimos caer en picado también nos ofrece la oportunidad de reafirmar y reforzar la vocación social y educativa de los museos y demostrar que somos compañeros de viaje indispensables para construir una sociedad mejor.
[1] Para no parecer ingenuo, cínico o ignorante, declaro que soy consciente de que, lejos de Occidente y de la mirada miope de los medios, el SARS, el Ébola y un largo etc., han sido durante años una cadena de catástrofes humanas y advertencias inauditas. Una visión evolutiva de la salud nos va advirtiendo, desde hace más de cincuenta años, de los rápidos procesos de adaptación de virus, bacterias y protozoos patógenos, en respuesta a los cambios radicales y repentinos en los hábitos sociales y la situación ambiental, que causa el modelo de globalización descontrolada que estamos implementando.
[2] El objetivo del libro, escrito junto con el Dr. Daniel Ramos, socio de MMACA y colaborador de Imaginary.org, es evidenciar la utilidad de crear exposiciones de matemáticas permanentes o itinerantes para colaborar con las escuelas a fin de mejorar la educación matemática. Uno de los libros de referencia del folleto es El Museo de Ciencia Transformador, y por lo tanto, creo que incluso sin poder por ahora acceder al libro, los participantes en este fórum pueden intuir las ideas generales que lo inspiraron. Por otro lado, me parecía importante seguir alimentando el debate post-pandemia.
[3] 123 millones, en 2017 (https://www.repubblica.it/solidarieta/emergenza/2017/09/13/news/bambini_nel_mondo_123_milioni_sono_fuori_dalla_scuola_in_10_anni_quasi_nessun_progresso-175368695/
[4] ¡Y aquí la comparación con la Italia de los años 50 y 60 y la España posterior a la Guerra Civil es dolorosa! El proceso que permitió a Italia el auge económico y una expansión industrial muy rápida, que produjo el diseño, una literatura y una cinematografía de referencia, también se debió a la creación, parcialmente artificial, del «mal alemán». El enmascaramiento del elemento fratricida (la feroz acción represiva de los camisas negras de la República de Saló) permitió, al precio de no limpiar totalmente las instituciones, expulsar, artificialmente, el mal: el enemigo era extranjero.
[5] No se trata aquí de elegir en qué campo jugar: real o virtual, sino de cómo llevar a cabo el juego, qué propuestas generan el tipo de educación participativa, circular y transformadora que hemos reivindicado. El riesgo de espectacularización, de adaptarse a las modas, de lo efímero está siempre presente en cada producto cultural, físico o virtual.
[6] Me he tomado la libertad de completar algunas de las ideas con observaciones que creo surgieron en el debate y que no se recopilaron en el resumen final que publica la Fundación.
El teatre és un acte cultural col·lectiu… El teatre és un lloc de trobada; trobar-se és insubstituïble, no és pot canviar per un altra cosa. Hem d’esperar que passi això per tornar a trobar-nos. Sense trobada no hi ha teatre
Antoni Ramón, fa pocs minuts, a l’Ateneu.
Substituïu «teatre» amb «museu».
És pot fer?
Té sentit?
És veritat?
Gracias por el trabajo realizado.
Colaboremos y participemos en un proyecto que se haga realidad dia a dia sin olvidarnos de los mas desfavorecidos
El museo ha de ser un ente vivo dispuesto a llegar a todos los lugares donde se le espera conscientemente e i conscientemente.
Gracias una vez mas y sigamos caminando con alegria optimismo y esperanza trangormadora en u mu do mas habitable y justo.
Que a estas alturas del siglo XXI todavía nos estemos planteando dilemas como si la cultura es un derecho equiparable al de la educación, dice mucho sobre lo que Eudald Carbonell y Robert Sala afirman en el título de su libro: Encara no som humans (Todavía no somos humanos). Guido nos propone unos cuantos elementos de reflexión que la pandemia de la Covid-19 ha desvelado pero que hacía tiempo estaban cociéndose: la nunca resuelta conciliación entre trabajo, escuela y vida familiar, el fracaso de la educación a distancia como panacea que nos iba a resolver los problemas educativos, el aumento desaforado de las desigualdades sociales… Y todo ello en una sociedad, la occidental, considerada privilegiada.
¿Es pertinente el debate sobre si la cultura es un derecho equiparable a la educación —o la sanidad—, cuando muchas personas dependen de los bancos de alimentos para subsistir? Sí, lo es. Porque esta pandemia justamente lo que ha puesto de manifiesto es que la cultura nos permite otear otros horizontes que los puramente mercantilistas que son, no lo olvidemos, los que nos han llevado al desastre —una pandemia era inevitable en la edad media, no debería serlo ahora—. Porque nos acerca al conocimiento de otras formas de vida que nos enriquecen y nos abren nuevas perspectivas.
Y los museos tienen un papel esencial en esta labor. El confinamiento nos ha permitido debatir sobre lo que queremos que sean los museos en el futuro, en lo que hemos denominado el post-Covid, cuando cada vez está más claro que no habrá un post-Covid, que tendremos convivir con ello por mucho tiempo. Sí, queremos unos museos más sociales, más participativos, más abiertos a la comunidad… Pero ¿cómo? Ya es el momento de pasar del debate y la reflexión genéricos a la generación de propuestas prácticas como sugiere Guido. Para ello, resume en catorce puntos las conclusiones de los debates que promovió la Fundación Carulla. Destacamos las ideas del museo como laboratorio, con espíritu crítico, que antepone la calidad a la cantidad, que escucha, acoge e incluye.
En definitiva, un museo que se plantea ser transformador.