Francisca Hernández Hernández, museóloga.
Que el colectivo independiente de profesionales del mundo de los museos apueste por un museo contemporáneo que tenga como misión dedicarse a incentivar una serie de cambios en el mundo de la cultura y de la educación, es una noticia que alienta y anima a todos los que nos dedicamos a reflexionar sobre los nuevos derroteros que ha de emprender la museología en nuestros días.
Estoy de acuerdo en que, ante un mundo cambiante y en continua transformación, es preciso redefinir el concepto tradicional de museo sirviéndonos de un nuevo lenguaje museológico y museográfico capaz de transmitir, de manera clara y significativa, que el museo no tiene otra finalidad que estar al servicio de la sociedad. Pero no cabe duda de que, para que esto sea posible, es necesario que el museo experimente una serie de cambios tanto en su propia formulación conceptual como en su práctica cotidiana. Teoría y práctica han de caminar al unísono si queremos que dichos cambios sean efectivos.
Es evidente que hoy la misión principal del museo no puede ser solo conservar, restaurar, clasificar y exponer las colecciones, sino que es preciso dar un paso más para que el museo sea un espacio o medio de comunicación social. Ya lo recordaba yo hace más de dos décadas en el libro El Museo como espacio de comunicación (1998). O el museo se convierte en un espacio y ámbito donde sea posible compartir las distintas formas de concebir el mundo, la vida, la cultura, los sentimientos, los afectos y las inquietudes de los ciudadanos, al tiempo que se les anima a ponerse en la búsqueda del conocimiento y de su desarrollo, o dejará de ser un elemento significativo y referencial para la sociedad.
El peligro que tienen hoy los museos es que pueden convertirse en meros instrumentos de entretenimiento cuando su finalidad principal debería ser iluminar, clarificar y motivar el aprendizaje y la formación integral de todos los que se acercan a visitarlos. Como decía Aurora León en El Museo: Teoría, praxis y utopía (1978: 82), Lo que le falta al museo son “ideas, sentido…y fantasía”.
Otro acierto del Manifiesto está en resaltar que los museos no han de dar tanta importancia a los aspectos cuantitativos y numéricos, cuanto saber qué impacto social tienen en los visitantes y en qué medida son capaces de transformar su idea de la cultura y de la educación. Solo así los museos serán eficientes y tendrán razón de ser.
Coincido en que los museos no deben apostar por una gestión basada en la eficacia inmediata, sino que han de dar mayor importancia a los procesos formativos que requieren de un tiempo más largo para ir concienciando a los ciudadanos, mediante un lenguaje museológico y museográfico, de la importancia de una educación cultural amplia, plural y más abierta a discursos divergentes y creativos.
Por supuesto que el lenguaje museológico y museográfico ha de conservar su propia singularidad, evitando que se pueda desvirtuar mediante el recurso a otros lenguajes que no le son propios y que corren el riesgo de convertirse en un impedimento para que los museos investiguen la manera de mejorar su potencial comunicativo y educativo.
Habrá que hacer un esfuerzo para que los museos utilicen los recursos propios del lenguaje museológico para dar una definición conceptual de lo que se entiende por museo y, al mismo tiempo, se ha de profundizar en todos los recursos del lenguaje museográfico partiendo de los objetos y de las experiencias llevadas a cabo en la práctica diaria dentro de los museos.
Considero que se trata de todo un programa de intenciones que pretende aunar la teoría y la práctica museológica en un intento de reformular el mismo concepto de museo. Porque estoy convencida de que, en la medida que el museo se convierta en una realidad transparente, flexible, abierta, participativa y diversa, la posibilidad de que interpele y suscite interrogantes irá en aumento, contribuyendo a hacerlo cada vez más atractivo y, sobre todo, más significativo para la vida de los ciudadanos.
Por tanto, me adhiero a dicho Manifiesto y animo a sus iniciadores y protagonistas a que sigan investigando en esta línea del conocimiento museológico para hacer posible que, entre todos, surja el museo futuro que aún está por hacer y por definir.
Estimada Francisca,
Tu apoyo resulta particularmente importante para nosotros, ya que nuestra iniciativa se fundamenta en conseguir un sentimiento compartido, particularmente con personas como tú, cuya obra ha sido para nosotros guía e inspiración. Y que sea compartido no ya solo por los profesionales y estudiosos del sector, sino también por los beneficiarios de los museos, quienes aspiramos a que sean también parte integrante de El Museo Transformador.
Nuestra visión sobre la deriva de algunos museos hacia el entertainment es uno de nuestros pilares. No se trata de que los museos deban ser algo aburrido (como hay quien nos pregunta), sino que creemos que los museos deben ser mucho más que sólo algo divertido. Máxime en un contexto social como el actual en el que el amusement es una industria muy potente con profesionales 100% especializados en ello. Tal como señalas, también tenemos un intenso interés en que los museos efectivamente evalúen lo que proclaman pretender en sus decálogos, y no otras cosas que difícilmente pueden relacionarse con su impacto social.
Pero seguramente nuestra principal aspiración ―y esto es algo sobre lo que nos alegramos especialmente de coincidir contigo― es nuestra aspiración a contribuir al reconocimiento pleno del lenguaje museográfico como un lenguaje de pleno derecho, singular y autónomo, que no se confunda con otros lenguajes, los cuales ostentarán en el museo un espacio sólo en menor medida protagonista. Creemos que el gran reto a afrontar para que los museos obtengan la relevancia social que merecen, es que se reconozca que son poseedores de un lenguaje propio, con sus propios recursos comunicativos endémicos.
Gracias de nuevo, Francisca, por tu soporte y entusiasmo a este proyecto abierto a todos.