Vanessa Lanas, Quito Ecuador.
La comunicación atraviesa todo el museo. Por eso, tenemos que dar espacio a todos para que participen
Guadalupe Requena. MALBA, Argentina
El presente artículo analiza críticamente, el papel del museo, cambios y características que lo han llevado a convertirse en el centro de debate de las últimas décadas. Siendo el sector cultura uno de los más afectados por la pandemia es necesario transformarlo en un espacio de diálogo y participación; fomentando así alternativas de acción a tomar en cuenta para afianzar la comunicación entre objeto, museo y visitante.
Palabras Claves: Museología, educación, memoria, comunicación e interpretación.
Introducción
Destinados a corroborar en sus salas el discurso aprendido y afianzar las relaciones de poder por las que fueron creados; surgen los denominados museos, palabra que deriva del vocablo griego museum[1]; siendo espacios caracterizados no solo por custodiar los más bellos e importantes acervos de la humanidad sino por la controversia y cambios que han sufrido a lo largo de la historia. Así, acercando su discurso a las audiencias se destacan desde los grandes escaparates en el siglo XVIII que albergaban las más importantes colecciones científicas hasta aquellos museos que mantenían un discurso nacionalista, donde todo conocimiento abordado en las aulas era corroborado por los estudiantes en las exposiciones; afianzando contenidos éticos, monumentalizando objetos e incluso llegando a convertirlos en mito.
Así se posesionaron los famosos contenedores del patrimonio que no eran accequibles para todos, pero sobretodo mantenían un discurso destinado a afianzar las necesidades de poder de la época, tal y como lo menciona Cecilia Sales de Oliveira, el espacio museográfico era visto como un “templo o lugar sagrado, que reunia no solo lo que merece estudio y preservación, sino también donde se asocian las más variadas colecciones, representaciones conceptuales y físicas del universo”[2], como si el espacio museológico pudiera abarcar todas esas características.
Pero más allá de esa descripción tan formal y que de cierta manera ha prevalecido en muchos museos hasta la actualidad, es importante analizar si aquellas actividades que caracterizaban al museo tradicional daban el resultado que se esperaba y sobre todo si la relación objeto-museo-visitante existía o simplemente era un mito más dentro de su discurso regular.
La construcción del nuevo museo
¿Qué sucede cuando el museo es concebido no solo como ese custodio del pasado, sino también como un espacio de dialogo y participación? . Largos textos se han escrito sobre el famoso termino “nuevo museo o la nueva museología”, que desde la declaración de 1972 en Santiago de Chile se ha expuesto las diversas preocupaciones y críticas frente al trabajo museológico y su limitante comunicación con el visitante. Polémicas que ha entrado en constantes debates por los expertos en las últimas décadas; la concepción de ver al museo como un lugar de interpretación, lo que se describe como un museo foro[3]. Si bien es cierto todo espacio museológico de cierta forma es un templo por que resguarda bienes patrimoniales; así mismo puede ser también un espacio participativo que integre a las diferentes audiencias, pero sobretodo que acerque los conocimientos a los visitantes, generando así nuevos puntos de vista de los objetos que se exhiben; proyectando al museo como un lugar de participación, abierto al diálogo y a la construcción de conocimientos.
Y son justamente estos pensamientos, generados por la experiencia, los que provocan otra interrogante ¿Se puede en realidad convertir un museo con su discurso y políticas establecidas en un espacio dialogal, en un lugar de encuentro y comunicación informal?; todo es posible; por ejemplo, es interesante escuchar el sin número de opiniones distintas que tienen los visitantes sobre cualquier muestra museográfica a la que asisten, ninguno sale con el mismo contenido así la mediadora sea la misma, la interpretación del espacio siempre será diferente, y son justamente estos detalles los que no se toman en cuenta. No existe un estudio ni un seguimiento sobre las necesidades, inquietudes y sugerencias que se generan con la muestra siendo esta una de las causantes para no llegar acertadamente con el discurso.
Y es que no solo son las políticas económicas o decisiones burocráticas las que limitan nuestro proceso creativo, sino también los tabúes que rodean a la sociedad, seguimos viendo al museo como un espacio sagrado, reservado para gente culta y de cierta forma lo convertimos en un lugar excluyente; segregador de personas, recuerdos y construcciones sociales. Es tan limitante ver la comunicación que generan los museos en nuestro país, el visitante no es el protagonista de la historia sino más bien su necesidad; consumismo, trabajo o estudios. Balerdi estaría confirmando sus críticas a los museos, o como él lo menciona “todo puede parecer distinto, así mismo todo sigue siendo igual”[4], y es que en realidad el nombre nuevo museo se ha multiplicado considerablemente, generando grandes beneficios para quienes lo recrean y no es para menos, su distribución, tecnología e inmensas áreas captan diariamente el interés de cientos de visitantes que se ven atraídos por la curiosidad y la modernidad.
Reinventando el museo
Pero qué pasa cuando el discurso tradicional se rompe y los visitantes crean su propia forma de entendimiento o deciden reinventar el concepto de lo que miran a través de los objetos, y sobretodo quienes desean involucrarse y formar parte de ellos. ¿Se los debe excluir o se debe reinventar la metodología de aprendizaje y participación?, tal y como lo menciona Silvia Adelroqui, “Educar la mirada no es imponer una mirada legítima, sino ayudar a los otros a construir la propia”[5], al final de la visita la interpretación de los objetos lo hacen los usuarios y son ellos quienes componen la exposición y le dan vida con su crítica y su debate.
Por tanto es indispensable analizar qué tipo de mirada estamos generando en las audiencias pero sobretodo que concepto queremos proyectar. No se puede pretender que los visitantes capten el 100% de lo que nosotros ni siquiera comprendemos el 10%; y esta es una de las muchas carencias que seguimos manteniendo y que quizás la monotonía y el facilismo no generan mayores cambios en el discurso tradicional. Por eso hablar de museos ya no es solo hablar de las carencias y controversias, sino más bien de las oportunidades y beneficios que poseen. Reflexionar sobre las realidades que los rodean, retomar y mejorar todas aquellas actividades que generen vínculos con el espectador, pero sobretodo construirlo y reinventarlo cuantas veces sea necesario hasta llegar a constituir la comunicación crítica con el espacio.
Es interesante ver como un objeto puede causar un sin número de emociones en los visitantes y no es la muestra, ni el mediador sino la propia audiencia quién genera un concepto distinto de lo que mira y siente. Un objeto puede estar en la vitrina y en una sala mucho tiempo y como espectador visitarlo recurrentemente se puede tornar aburrido, pero si cada visita disfruto y aprecio algo diferente entonces será significativa. Recordemos que no es el objeto lo que envuelve al visitante sino el mensaje que transmite con o sin mediador y es justamente el lograr captar la apreciación del público, el vincularlo con sus recuerdos, y el dejarlo crear, criticar sin limitaciones, esa es la mayor oportunidad que tienen los museos y esto los convertirá en conductores del conocimiento.
Conclusión
Es importante abordar el concepto museo desde sus cimientos, desde su filosofía conceptual, recapitular lo que se ha realizado, reflexionar lo que se ha fallado, pero sobre todo pensar en el museo como un medio de comunicación y construcción no como cualquier herramienta que satisfaga diferentes necesidades. No es el contenido lo que se desea obtener de una visita sino la construcción de nuevos sentimientos, críticas y conocimientos. Esto es lo apasionante y controversial de trabajar en museos, nunca sabes lo que puede pasar, todo puede ser variante, todo puede mejorar, todo puede ser reinventado constantemente y es esto lo que lo convierte en una oportunidad de aprender con los objetos, nutrirse de las audiencias y capacitarse con las reflexiones de cada uno, o como se diría el éxito de una visita significativa es poder generar reflexión, crítica e interés con el museo y su temática.
Bibliografía:
Cecília Helena de Salles Oliveira, Museos de historia y producción de conocimientos: cuestiones para debate, En: Procesos, (Quito-2014), 120
Adelroqui Silvia; Pedersoli Constanza, Cristales para mirar, 6, la educación en los museos. De los objetos a los visitantes, Buenos Aires, 2011.
Balerdi, Ignacio. ¿Qué fue de la nueva museología?: el caso de Quebéc, Revista Artigrama, no. 17 (2002), 494. Énfasis añadido.
[1] templo de las musas, lugar sagrado y de estudio bajo la protección de las musas, entre las cuales aparecía Clío, la musa de la Historia. En Grecia, la casa de las musas era una mezcla de templo e institución de investigación, destinado principalmente al saber filosófico.
[2] Cecília Helena de Salles Oliveira, Museos de historia y producción de conocimientos: cuestiones para debate, En: Procesos, (Quito-2014), 120
[3] Término utilizado por la nueva museología, surgido a finales de los año 60 para describir que el museo es considerado un templo por sus características prioritarias que son custodiar bienes, pero también puede ser un museo foro porque abre el espacio a la participación, al debate y al diálogo.
[4] Ignacio Balerdi. ¿Qué fue de la nueva museología?: el caso de Quebéc., Revista Artigrama, no. 17 (2002), 494. Énfasis añadido.
[5] Adelroqui Silvia; Pedersoli Constanza, Cristales para mirar, cap. 6, la educación en los museos. De los objetos a los visitantes, Buenos Aires, 2011.
En su artículo, Vanessa expresa la necesidad, que compartimos, de afianzar la comunicación entre objeto, museo y visitante. Para nosotros esta comunicación se da a través del lenguaje museográfico. Lenguaje propio del museo, que nació con él y que todavía no ha sido investigado en su plenitud, como si nos diera vergüenza presumir de nuestro lenguaje. Otros sectores como el cine o el teatro pronto tuvieron clara cuál era su función como medio de comunicación artístico, a través del cuál ofrecer historias que llegaran a lo más íntimo de las personas y ejercieran un cierto poder de transformación. En los museos parece que el salto desde almacenes de objetos a museos críticos, que plantea Vanessa, se ha olvidado de utilizar lo que le es propio para adoptar, demasiado a menudo, pellizcos de otros lenguajes foráneos.
Ello era comprensible cuando el museo era el símbolo del poder establecido, político o económico. Pero después de cincuenta años del surgimiento de las museologías críticas, sería de esperar que hubiéramos avanzado más de lo que se ha hecho en profundizar en cómo narramos las historias usando nuestro propio lenguaje. Al contrario, como desarrolla Guillermo Fernández en su reciente artículo, pareciera que estuviésemos en un baile de fiesta mayor continuo entre la atrofia y la hipertrofia del concepto de museo. O nos quedamos como estamos, es decir en coleccionistas, o nos convertimos en un bazar con el riesgo de perder hasta la camisa y convertirnos en un simple parque temático para turistas o en un centro cívico multiusos.
Que no se nos entienda mal, no queremos menospreciar ni a los coleccionistas, ni a los bazares ni a los parques temáticos o a los centros cívicos. Cada uno cumple su digno papel, pero por ello mismo, es necesario que los museos tengan clara cuál es su función y cuáles los recursos que debe emplear para ella. Y su función es educativa, transformadora. Los recursos son los objetos y fenómenos puestos al servicio del lenguaje museográfico para comunicar las historias que surgen de ellos. Historias que deben tener un vínculo profundo con las historias personales de los visitantes. Para que generen los diálogos necesarios y su participación intelectual en la construcción del conocimiento. Importante: Vanessa señala la necesidad de que cada uno de ellos salga con su conocimiento. El museo no es una escuela con un currículum prescriptivo.
Y todo ello, como también dice Vanessa, para romper el imaginario popular que sitúa los museos como el Talapot de Temblor, la fantástica novela de Rosa Montero. «Un espacio sagrado, reservado para gente culta», según Vanessa, un espacio excluyente. Pero para que sea inclusivo, el museo no debe convertirse en algo ajeno; esto es lo fácil, adoptar las estrategias de otros. Hay que hacer lo difícil. Y lo difícil es transformarlo para que entrar en él sea una experiencia única, que no se pueda encontrar en ningún otro lugar. Y transformarlo para que le apetezca entrar a cualquiera y no sólo a los cultos. A eso, nos invita Vanessa.