Un comentario de El Museo Transformador en base al artículo El arca de los seres vivos (Antonio Muñoz Molina; El País, 6 de noviembre de 2021).
Los museos de ciencia contemporáneos basados en el fenómeno más que en el objeto (antes llamados interactivos) llegaron a España de la mano de la Fundación “la Caixa” en 1981, quien importó el concepto del Exploratorium de USA. Un par de años después se fundó la Casa de las Ciencias de A Coruña, que sería el primer establecimiento museístico de este tipo de titularidad pública.
A principios de los 90, al calor del boom político que inauguraba museos por doquier, estos nuevos establecimientos vivían un excitante momento. La llegada de Jorge Wagensberg (1948-2018) al museo de la Fundación “la Caixa”, la consolidación de la Casa de las Ciencias con Moncho Núñez a la cabeza en Galicia, y el fomento de nuevos proyectos de otras localidades españolas, dibujaban un esperanzador futuro lleno de perspectivas y potencial.
A partir de mediados de los 90 fueron diversos los museos de ciencia de este nuevo cuño que afloraron a lo largo de la geografía española. Para todos ellos los referentes eran los líderes (más que directores) de los primeros museos: Jorge Wagensberg, Moncho Núñez, el mediático Manuel Toharia —quien se hizo cargo del Acciona de Alcobendas en 1995—, y un joven y comprometido Ernesto Páramo que ese mismo año iniciaba un excitante proyecto museístico en Granada.
A finales de noviembre pasado, Ernesto Páramo recibió un merecidísimo homenaje durante la reunión anual de directores de museos de ciencia y técnica de España, por haber hecho una aportación indudable e incalculable al sector de los museos de ciencia, la cual fue muy oportunamente destacada por Antonio Muñoz Molina en su columna en Babelia el 6 de noviembre pasado. El retiro de Ernesto de las funciones gerenciales del Parque de las Ciencias —que no de otros aspectos de la gestión del museo— tiene mucho de simbólico, ya que era también el último de aquellos líderes de los 90 que quedaba en pleno activo. Además, coincide esto con un momento de recambio generacional más o menos próximo en otros museos de ciencia —también los museos de ciencia de colección—, el cual no siempre parece haber sido detalladamente preparado con los delfines adecuados.
Todo lo que hoy son profesiones empezaron siendo sólo dedicaciones impulsadas por genios y visionarios. Pero, tras esos necesarios visionarios, deben llegar los programas formativos adecuados que permitan a personas normales acceder a desarrollar cotidianamente estas disciplinas [de otro modo todavía estaríamos esperando a que naciera otro genial “Christiaan Barnard” para poder recibir un trasplante de corazón]. Pero no vemos que las instituciones responsables de estos museos se preocupen de este recambio generacional. Antes bien hemos recibido algunas noticias que no auguran un futuro brillante (quizá ni siquiera auguran futuro alguno en según qué casos).
El cambio de aires de Ernesto marca un punto de inflexión y define todo un reto para los museos de ciencia en España. Apaciguado ya el entusiasmo de mediados de los 90, retirados ya de la gerencia los líderes y visionarios que tan bien hicieron sus funciones iniciáticas, y con importantes retos sobre la mesa en el complejo contexto de la sociedad VUCA (el entorno en el que se mueven las organizaciones en la actualidad, que se caracteriza por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad), a los que seguimos en este sector nos queda el desafío —quizá más prosaico pero no menos necesario— de seguir luchando por establecer definitivamente una profesionalización que asegure el papel relevante y trascendente que los museos están llamados a representar en este siglo.