El museo Transformador.
Panacea (RAE):
1. f. Medicamento a que se atribuye eficacia para curar diversas enfermedades.
2. f. Remedio o solución general para cualquier mal.
No, todavía no hemos acabado con la Covid-19. Todavía nos quedan meses —¿años?— de sufrir una crisis sanitaria que engendra ya una crisis económica y, no lo olvidemos, social, de la que nos costará salir. Y como vemos que tenemos para largo, que lo que nos anunciaron de los rebrotes no era pura filfa sino cierto, los gurús de lo digital en los museos como panacea ya corren a mostrar sus argumentos según los cuales no podemos dejar correr más tiempo. Urge la digitalización del museo. Los viejos museólogos, como los viejos roqueros con los vinilos, sólo piensan en lo offline y en lo low-tech, dicen. Nos acusan a los prudentes de no entender nada, de no estar online, de pensar sólo en patrimonio material.
¿Podemos darnos un respiro, por favor? ¿Podemos pensar estratégicamente y no por impulsos? Sí, de acuerdo, lo digital lo usamos a diario y forma parte de nuestra cotidianeidad. Pero recordemos que en los 90 nos decían que el reconocimiento óptico de caracteres estaba al caer y es ahora cuando empezamos a poderlo usar. Y ahora tenemos la inteligencia artificial a punto. Bueno, a veces Alexa no me obedece como yo quiero, le pido música de Pau Vallvé y me responde que no encuentra en Spotify las canciones de un tal Paó nosequé, palabro que no entiendo —como ella a mi—. Pero existen, vaya si existen, lo sabré yo que estoy harto de escucharlas.
Hemos sufrido un colapso por culpa de las prisas, por querer crecer hasta el paroxismo y muy, muy deprisa y lo queremos arreglar corriendo más, siempre huyendo hacia adelante. En cuanto nos dejaron coger el coche, a pesar de haber menos tráfico, hubo muchos más accidentes y más mortales. ¿Recuerdan la película Deprisa, deprisa de Carlos Saura? Parece que estemos inmersos en una carrera para ver cómo nos vamos a pegar el próximo porrazo, si con otro virus o con el calentamiento global o con los dos. Y nosotros en los museos también a correr, correr para hacer, hacer sin pensar. Lo explica muy bien Brenda J. Caro Cocotle en este artículo.
¿Qué queremos hacer con la llamada transición digital? ¿Qué la gente vea exposiciones en una pantalla y poder decir que tenemos tropecientos mil visitantes virtuales? ¿Que se pueda acceder a información relevante que las exposiciones no pueden dar? —¿de verdad no pueden?— ¿Tener muchos seguidores en Facebook, Twitter e Instagram para poder ufanarnos de ello? Bien, y ¿para cuándo pensaremos en el impacto de todo ello? ¿En algún momento nos plantearemos evaluar cuanto museo —digital o no— entra en las personas?
Lo de museo virtual es casi un perfecto oxímoron: la experiencia museística se fundamenta justamente en la relación intelectual con aquello que es tangible, no virtual. Puede hablarse de museo virtual, por supuesto, pero resultará un enfoque similar a hablar de sexo virtual o de gastronomía virtual. La reivindicación del museo como el espacio propio de la experiencia intelectual tangible no es una actitud carca, sino la forma de asegurar el acceso a todo tipo de estímulo intelectual, con mayor razón en tiempos de virtualidad. Los buenos museos tienen poco que ver con lo digital, pues son justamente lo complementario (no lo contrario). También estamos en plena transición digital en las relaciones personales pero no para excluir las relaciones personales presenciales, sino para complementarlas, aunque vemos los problemas que se generan por correr y caer en las garras de las grandes corporaciones a las que ofrecemos gratuitamente nuestros más valiosos datos.
¿Alguien se plantea la transición digital del teatro? El lenguaje escénico parece ser que se ha podido librar de estar siempre siendo cuestionado por un presunto proceso de transición digital pendiente. Seguramente esto es debido a que lenguajes como el teatro han sabido hacer entender de forma precisa e inconfundible y mucho mejor que los museos, cuáles son los activos nucleares y endémicos de sus recursos comunicativos.
Lo digital no es un lenguaje, lo digital es una tecnología y como tal, un recurso más. Lo explica muy bien Sandro Debono, debemos ver lo digital como una herramienta más de una caja de herramientas; una fundamental, cierto, que no debe faltar en la caja; una de la que todavía no conocemos todo su potencial, pero lo que sí sabemos es que no es la herramienta universal que substituirá al resto y solucionará todos los problemas de los museos.
Hay que desarrollar el lenguaje museográfico digital, se dice. Pero esto es como decir que hay que desarrollar el lenguaje fotográfico digital, que no existe. Existe el lenguaje fotográfico, el mismo de cuando la herramienta era analógica: el de la regla de los tercios, de la profundidad de campo, de altas o bajas luces… Es un lenguaje que depende de lo que queramos narrar con las fotografías que hacemos y para ello usaremos unos recursos u otros, unas herramientas u otras, pero lo que narremos lo hubiéramos hecho igual con un carrete Agfa Gevaert 50ASA (¡qué colores!) a como lo haremos con un sensor Canon CMOS de 21Mp o con el del móvil. La diferencia es que ahora revelamos las fotos con Lightroom ante una pantalla, con un teclado y un ratón y antes lo hacíamos encerrados en el laboratorio con productos químicos, ha cambiado la tecnología, no el lenguaje, no la historia que contamos y lo importante de la fotografía y de la museografía, es la historia.
No existe el lenguaje museográfico digital, en todo caso existe el diseño web para productos museísticos. Como con la fotografía, existe el lenguaje museográfico a secas, que es el gran olvidado de los museos que lo han delegado en empresas externas, estudios de arquitectura y diseño, con lo que las exposiciones terminan muchas veces pareciendo más una muestra de interiorismo que una exposición. La investigación museográfica debe volver —o entrar por primera vez en muchos casos— a los museos, y decidir así, qué herramientas utilizará y si la digital es una de ellas, adelante. Pero no demos por supuesto que en todos los casos va a ser así. No pensemos que lo digital es la solución a nuestros problemas, estemos cerrados o abiertos. No pongamos el carro por delante de los bueyes porque corremos el riesgo de que el carro entorne y la panacea deje de serlo y luego no tengamos para carro ni para bueyes.
Seamos estratégicos y definamos antes qué historias queremos relatar a las personas. Hagámoslo escuchándolas, creemos con ellas siendo conscientes de que nosotros somos los que conocemos las entrañas del museo para hacerlas visibles. Transformemos el museo para que sea más horizontal, más participado, más dialogado, para poder pensar estratégicamente antes de hacer ejecutivamente; desterremos de una vez el factismo imperante. Y mientras, exploremos las posibilidades que las tecnologías digitales actuales —que no serán las de dentro de cinco años, no lo olvidemos— nos ofrecen para incorporarlas como una herramienta más de nuestra caja. Porque como afirman Becky Frankiewicz y Tomas Chamorro-Premuzic, la transformación digital es cuestión de talento, no de tecnología. Talento que no se crea de la nada, talento que muchas veces está ahí, dentro del museo, pero que las dinámicas internas no dejan aflorar como en el mito de Saturno. Porque si hablamos de participación, quizá que empecemos por la del personal del museo.
Tenemos unos museos en la indigencia presupuestaria, con el personal que da la cara ante el público y el que ejerce la función educativa, esencial del museo, en situación más que precaria y, con la crisis, los primeros en sufrirla. Tengamos claras las prioridades.