Guillermo Fernández, El Museo Transformador.
El historiador británico C. N. Parkinson (1909-1993) enunció sus famosas leyes a partir de 1957. A pesar de haber pasado casi setenta años desde entonces, estas leyes siguen sorprendentemente vigentes; también en museos y exposiciones:
Primera ley: el trabajo se expande hasta llenar todo el tiempo del que se dispone para su realización. Tan interesante como la propia ley es uno de los corolarios que de ella se extrajo: Si esperas hasta el último minuto para hacer algo, sólo te llevará un minuto hacerlo.
En el mundo de los sistemas informáticos esta ley es conocida cuando se aplica a la memoria disponible de un determinado equipo, pues es sabido que los datos generados por un sistema informático se expandirán hasta ocupar todo el espacio de almacenamiento que haya disponible.
Con demasiada frecuencia los proyectos expositivos se gestionan precipitadamente y contra reloj en un contexto en el que la aproximación inexorable de la fecha de inauguración se acaba convirtiendo en un tormento para todos los actores y procedimientos, una dinámica que —aunque se intente soslayar— siempre afecta drásticamente el resultado final. Esta forma de actuar se ha convertido en un auténtico vicio del sector, y se diría que hay profesionales que ya no sabrían trabajar de otro modo. Lo sorprendente es que aquellos pocos proyectos expositivos que nacen con especial tiempo disponible por delante, parecen quedarse atascados por uno u otro motivo hasta que el plazo es lo suficientemente escaso como para tener que ser abordados con la acostumbrada precipitación, como si trabajar de forma atropellada y urgente fuese ya el único modo de funcionar reconocido y viable en el mundo de los museos y exposiciones.
Segunda ley: los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos.
Dentro de cierto orden, hasta la propia experiencia doméstica y personal suele corroborar esta ley. En momentos de bajos ingresos, consumimos todos ellos sin tener una especial sensación de pobreza. En momentos de altos ingresos, elevamos en proporción nuestros gastos sin tener por ello una especial sensación de riqueza.
El desarrollo y producción de exposiciones es un proceso bastante independiente del dinero dedicado. Haya el presupuesto que haya disponible es posible crear una exposición; a veces incluso tanto mejor y más original como menos dinero esté previsto para ella. Esto último no significa que no sea interesante disponer de muchos recursos para hacer una buena exposición —que por supuesto lo es—, sino que el presupuesto y plazo adecuado deberá ser calculado a priori y siempre en función de las necesidades de cada proyecto, que en cada caso habrá de definirse primero con todo detalle.
Tercera ley o ley de la trivialidad: el tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia.
Esta ley resulta especialmente demoledora. Se la suele ilustrar en base al caso real de los promotores de una central nuclear, quienes dedicaron mucho más tiempo a debatir la creación del aparcamiento de bicicletas de la central, que a trabajar sobre los sistemas operativos relacionados con la instalación del reactor.
En las exposiciones —y sobre la base de atractivos renders[1] que representan el aspecto externo final del proyecto—, los directivos a menudo dedican gran cantidad de su caro tiempo a discutir temas formales de importancia menor, cuando no puras banalidades (tal y como el color de fondo de las cartelas de texto y cosas por el estilo). Pueden quedar sorprendentemente en segundo o tercer plano aspectos caudales relacionados con el lenguaje museográfico, con los réditos educativos de la exposición o con la evaluación. No es de extrañar que las empresas de diseño y producción de exposiciones sean tan proclives a presentar muchos renders a sus clientes (a pesar del elevado coste de este recurso), buenos conocedores de que todo lo que sea desviar la atención de los recursos de la exposición hacia la forma antes que hacia el fondo, tendrá el efecto final de mejorar sus beneficios económicos.
[1] Un render es un dibujo creado por ordenador que representa de manera muy realista cuál será el aspecto externo final de un proyecto, una vez construido (en este caso una exposición).