Entrevista a Helena Minuesa (castellano)

Técnica de cultura y formadora especializada en didáctica del patrimonio. A lo largo de 14 años dirigiste el Servicio Educativode los Museos de Sant Cugat (Barcelona).


A lo largo de 14 años dirigiste el Servicio Educativo de los Museos de Sant Cugat. ¿Qué crees que aporta a la visión de los museos la perspectiva que se obtiene desde la gestión directa del servicio educativo?

La educación es el motor, el embrión básico a partir del cual el museo actual puede tener sentido. Nunca he entendido la concepción decimonónica de un museo como un receptáculo estanco y mudo, un espacio donde albergar colecciones y piezas que no son interpretadas, estudiadas ni siquiera observadas. En este sentido, los servicios educativos deberían ser el motor principal de toda institución museística, ya que es en el acto de interpretar el patrimonio, entenderlo y apreciarlo, donde se genera un impacto real en la ciudadanía. Es en el acto de educar donde radica la posibilidad de entender de dónde venimos, quiénes somos, y, por tanto, de garantizar la salvaguarda del patrimonio. Si me preguntas cuál es la perspectiva que puede aportar el servicio educativo en un museo, solo puedo responder que sin la educación, el museo se convierte en un lugar mudo, un cementerio de objetos sin posibilidad de hablar.

Actualmente ya no estás directamente vinculada al mundo de los museos, aunque sigues conectada a la cultura desde el Centro de Estudios y Recursos Culturales de la Diputación de Barcelona (CERC). ¿Qué te aporta esta nueva posición en un ámbito más global a tu mirada sobre los museos?

Cuando amas de verdad una profesión, cuando te apasiona lo que haces y crees firmemente en ello, es imposible desvincularse por completo. Siempre que visito un museo, me hago muchas preguntas. Y la mayoría de las veces tengo un sentimiento ambivalente de amor, pero, al mismo tiempo, una notable controversia por cómo se plantean los relatos y desde qué perspectivas. Actualmente tengo la suerte de formar parte del CERC, en la Gerencia de Cultura de la Diputación de Barcelona, donde trabajo con un maravilloso entramado de profesionales. Su experiencia, cada uno desde su enfoque, me ha permitido reforzar una idea que ya intuía: los museos forman parte de una red rica y compleja que es la cultura, y no pueden entenderse como equipamientos aislados ni plantearse como algo que no sea esencialmente cultural. Hay lugares de toma de decisiones en todo el territorio donde los museos y la acción cultural se conciben como universos paralelos, con equipos de profesionales que no interactúan entre sí, cuando desde mi punto de vista nunca deberían haberse separado. Lo que quiero decir es que los museos son una parte imprescindible del hecho cultural. Porque, vinculado a lo que mencionaba antes sobre la educación, explican y permiten que nos expliquemos a nosotros mismos. Y la cultura es también esa manifestación deliberada de la esencia humana. 

Por tu experiencia directa en los museos y por lo mucho que has trabajado con otros colegas, ¿piensas que la educación en los museos está suficientemente valorada? ¿Cuáles son los grandes déficits que presenta? ¿Qué habría que hacer para profesionalizarla?

Como decía al principio, la educación patrimonial se ha concebido como un añadido, un además de la práctica profesional museística. Primero se piensa en la conservación (algo básico y esencial, sin ninguna duda) y en el fenómeno expositivo, dejando muchas veces de lado cómo se explicará lo que queremos transmitir, qué lenguaje utilizaremos, quién lo interpretará… El gran déficit de la profesión, en mi opinión, es que no está en el centro del debate. Sigue siendo superficial en las prioridades de los grandes museos. Está muy bien que las escuelas nos visiten, que organicemos actividades para colectivos diversos, que hagamos jornadas de divulgación ciudadana para salir en los medios, pero creo que no se cree realmente en la misión educativa que todo museo debe garantizar. Porque si así fuera, no tendríamos a los profesionales de la educación patrimonial precarizados, fuera de la plantilla estable de las instituciones, con contratos que no les permiten vivir dignamente.

Nosotros definimos el lenguaje museográfico como el endémico de los museos y del patrimonio. Un lenguaje con su gramática y sintaxis propias, basado en el poder comunicativo de los objetos y fenómenos. Desde la perspectiva de un servicio educativo, ¿qué papel crees que debe tener este lenguaje en la educación museística y la didáctica del patrimonio?

Vinculado con el punto anterior, si hay una profesión debe haber una terminología, un lenguaje que la identifique. La labor que realizáis desde El Museo Transformador y, en concreto, el libro de Guillermo Fernández sobre El lenguaje museográfico permite captar la riqueza de la didáctica patrimonial, ponerla en valor y reivindicarla a través de un lenguaje preciso y riguroso para los museos del siglo XXI. Y os estoy muy agradecida por ello, porque era muy necesario. 

En muchos museos llamados interactivos, la interacción se reduce a pulsar botones o accionar aparatos. Pere Viladot, en su libro «La educación en el museo de ciencias transformador», añade a los tres niveles de interactividad definidos por Jorge Wagensberg —la emoción, la acción y la reflexión— la comunicación entre las personas como catalizador para impulsar el diálogo. Es decir, habla de una interactividad social y no individual. ¿Qué opinas?

¡Qué gran libro el de Pere! Me lo leí entusiasmada y lo recomiendo en todas mis clases. Sin experiencia, está claro que no hay aprendizaje, pero el toca-toca al que invitan muchos museos no garantiza un aprendizaje real. Si tocamos botones sin más, sin plantearnos preguntas ni llegar a respuestas, es evidente que hemos fracasado en nuestra voluntad educativa. Efectivamente, como señala Pere en su libro, es fomentando el pensamiento crítico, el diálogo, la interacción humana en definitiva, cuando podemos empezar a hablar de educación.

En El Museo Transformador hemos acuñado el término museista para referirnos a las personas que trabajan en los museos, ya que museólogo nos parece demasiado académico y deja fuera muchos itinerarios profesionales. ¿Qué opinas?

Tengo algunas dudas sobre este punto. Si partimos de la base etimológica del término, donde la palabra griega museion es el lugar dedicado a las musas y logos significa razonamiento, me parece una combinación poética exquisita y con mucho potencial. En una sociedad cada vez más acostumbrada al consumo rápido de imágenes, experiencias y destellos comerciales, me parece bien reivindicar la razón, el logos, la dialéctica, como parte estructural de una vocación y una profesión. Tal vez tengo una visión muy poética e incluso utópica de lo que significa trabajar en un museo, pero también es cierto que, en cierto modo, ha dejado de ser el templo de las musas que era cuando surgieron las primeras grandes colecciones, dirigidas únicamente a las élites. ¿No es bonito que mantengamos, en cierta medida, esa voluntad inspiradora que las musas pueden aportarnos? El lenguaje se crea mientras se piensa. El término museóloga me gusta porque me hace pensar en una profesión que siempre se interroga y nunca se da por vencida.

Para añadir comentarios, acceda a la página original.

Ir arriba