El Sr. Tuttle o la noble intención de honrar a los maestros

Guillermo Fernández, El Museo Transformador

En la laureada película Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001), el Sr. Tuttle es el veterano y enigmático empleado de mantenimiento que Grace Stewart (Nicole Kidman) contrata para trabajar en su caserón, junto a dos no menos singulares compañeras.

No es fácil caer en la cuenta de que también se llama Sr. Tuttle el empleado de mantenimiento de John Rusell (George C. Scott), en una obra maestra del cine de terror que en España se llamó Al final de la escalera (Peter Medak, 1980).

Muy lejos de ser una simple casualidad, se trata de uno de los entrañables homenajes o guiños que —a veces muy discretamente— los cineastas dedican a menudo en sus películas a sus obras maestras de referencia [Amenábar ha declarado en diversas ocasiones su veneración por esta muy recomendable película de Medak]. En este caso en particular, el poco destacado papel de ambos señores Tuttle en sus respectivas películas (que en el caso del Sr. Tuttle de Al final de la escalera es casi insignificante), tiene el efecto de hacer este reconocimiento aún más distinguido, si cabe.

Los homenajes implícitos —aunque sean simples guiños— son maravillosos, pues honran casi por igual a quienes los reciben que a quienes los ofrecen. Y además robustecen y ennoblecen una disciplina en particular. Es posible encontrar este tipo de elegantes homenajes en casi todos los lenguajes: la música, la literatura, la fotografía…

En Un Bar aux Folies-Bergère (1882), Manet usa un espejo como elemento central de la escena, lo cual a menudo se ha relacionado con la gran admiración de este pintor por Velázquez. Foto Wikimedia Commons

En el lenguaje museográfico esto es algo lamentablemente casi inexistente. Seguramente tiene que ver con el carácter efímero de la mayoría de las exposiciones, de las que con frecuencia no se conserva ni un breve reportaje de fotos (algunos soñamos con un repositorio universal de exposiciones y soluciones museográficas que permita, por fin, no tener que partir de cero en cada nuevo proyecto de exposición…).

Por eso, y a pesar de que es muy habitual que un mismo tema inspire recurrente y cíclicamente diversas exposiciones (léase el Amazonas o la igualdad de género, por poner dos ejemplos especialmente museogénicos), el lenguaje museográfico y la profesión de museísta habrán dado un paso de gigante cuando las exposiciones contengan guiños —aunque sean muy discretos— a otras exposiciones predecesoras que seguramente fueron maestras y referencias.

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