Este artículo de James Bradburne fue publicado en 1998 en Public Undestanding of science. Puede leerse aquí o recuperarlo en abierto en Internet.
Este artículo de James Bradburne fue publicado en 1998 en Public Undestanding of science. Puede leerse aquí o recuperarlo en abierto en Internet.
Es importante ubicar este conocido artículo de James Bradburne en su año de 1998: justo cuando el fenómeno de los science centers estaba en pleno apogeo en Europa (el autor menciona en este artículo que entonces había ochocientos centros de ciencia en todo el mundo, y actualmente hay más de tres mil). En aquel momento era disruptivo poner en duda de un modo tan contundente la pertinencia de los nuevos y flamantes science centers, por lo que este autor fue bastante crítico con su propio sector; y no sólo con este artículo sino también con otros del mismo estilo que escribió (y cabe recordar que la autocrítica no abunda en el sector de los museos).
Bradburne utiliza de modo muy oportuno la metáfora de los dinosauros y los elefantes blancos para describir a los centros de ciencia. Como dinosaurios, anuncia una próxima extinción casi por una cuestión de ecología, dice. Denuncia que la misión de los science centers ha perdido relevancia en un entorno cambiante y de amplio desarrollo tecnológico y comunicacional, entre otras cosas por presentar estos centros la práctica científica de modo descontextualizado de su verdadera naturaleza, y mostrando fenómenos antes que procesos.
Afirma también que el modelo institucional de los science centers no es adecuado al momento, entregadas estas instituciones a ofrecer una especie de entertainment gestionado en base a criterios cuantitativos, y obsesionada su gestión con el número de visitantes y la megalomanía en distintos modos (algo muy significativo siendo Bradburne arquitecto de formación). También relaciona los science centers con su condición de dinosaurios en base a las dificultades que identifica en ellos para competir en un entorno en el que la divulgación científica ha alcanzado otros medios de gran potencial, que incluyen Internet y las TIC´s (en 1998 todavía en un estado incipiente).
Complementariamente a lo anterior, y ya identificados con elefantes blancos ―expresión que en inglés apela a todo aquello poco útil pero muy costoso de tener y mantener―, el autor sostiene que los science centers son demasiado caros: caros de construir, caros de mantener y caros de renovar.
Como alternativa y para no resultar pesimista, el autor propone un nuevo tipo de institución que superaría a los science centers y que define como una nueva plataforma de aprendizaje dedicada al aprendizaje informal. Una nueva institución que no se dedique a impartir información, sino a desarrollar habilidades; que convierta a los visitantes en usuarios; que ofrezca un alto valor, por encima de estridencias voluptuosas, de modo que lo que importe no sea el medio, sino la duración del compromiso del usuario; una nueva institución que dedique recursos a investigar sobre educación; una nueva institución, en fin, que piense globalmente aunque actúe localmente.
En El Museo Transformador estamos muy de acuerdo con el enfoque del autor. De hecho, muchos puntos de nuestro manifiesto se corresponden en buena medida con sus tesis. Discrepamos, no obstante, en que sea necesario crear esa nueva institución que Bradburne perfila (y estos últimos veintidós años transcurridos desde 1998, nos dan en cierto modo la razón).
No es la primera vez que se critican aspectos de los museos de ciencia contemporáneos (preferimos esta denominación por parecernos más inclusiva y global que la de science center), como si fueran parte del modelo, cuando en realidad estos aspectos forman parte de malas prácticas de la gestión de estos establecimientos, a menudo causadas por una falta de formación de los equipos humanos o por la ausencia de una planificación estratégica adecuada.
Como menciona el autor ―y por poner un ejemplo concreto relacionado con uno de los temas que toca― por supuesto que los science centers son caros de renovar, pero eso no es algo consustancial al modelo, sino una mala praxis de su gestión, la cual debería apostar por una renovación continua, progresiva y sostenible, y no repentina. Algo parecido podría defenderse de prácticamente todos los aspectos revisables que identifica el autor en los science centers.
En ocasiones se critica a los gobiernos democráticos por imperfectos y se reivindican pasos hacia esquemas gubernativos nuevos, aunque frecuentemente en estos casos lo único que acaba revelándose necesario es depurar las prácticas de excelencia y calidad democrática. Análogamente, en El Museo Transformador, creemos que esa nueva institución que Bradburne imaginó es en realidad un museo contemporáneo, aunque oportunamente provisto de suficiente conocimiento, medios y recursos estratégicos, y comprometido con la transformación social y la búsqueda sistemática de la excelencia: un museo que no acabe siendo un centro cultural más de personalidad ambigua, sino un lugar que cultive el inmenso potencial educativo de los recursos propios del lenguaje museográfico en su sentido más amplio.