En 1957 Duncan Cameron casi acababa de llegar al Royal Ontario Museum como director cuando escribió este artículo. Posteriormente, Cameron sería uno de los padres del Ontario Science Centre. Nosotros lo hemos leído en el libro La memoria del mundo: cien años de museología de María Bolaños (Trea, 2002).
Nunca olvidaré el affaire de los abrillantadores de parqué frustrados. La historia, aunque increíble, es verdadera. Sucedió en 1957, en un importante museo de una gran metrópoli. Dicho museo, un gigante adormecido durante varias décadas, empezaba a cobrar vida: la primera exposición realmente importante desde hacía años, acababa de abrirse a un público impaciente.
Estaba en mi despacho cuando se abrió la puerta: “¡Hay que detener esto… De inmediato… Hay que detener esto!”. Mi interlocutor era el director de las salas que albergaban la exposición. Tenía la cara congestionada y la voz temblorosa. ¡Estaba furioso!. Le pregunté qué era lo que había que detener.
“Todas esas sandeces en la prensa, en la radio, y toda esa propaganda a propósito de la exposición. Nunca se ha hecho nada parecido y hay que detenerlo”.
En el curso de la viva discusión que sostuvimos, se puso de manifiesto que, durante muchos años, el personal a sus órdenes había arraigado un enorme sentimiento de orgullo por el brillo del magnífico parqué del museo. Ahora, y debido al desfile de la muchedumbre por el edificio les resultaba imposible mantener el brillo de su barnizado.
Desde el punto de vista de mi interlocutor, la solución a este problema consistía en dejar de fomentar el aflujo de visitantes. ¡Y lo decía totalmente en serio!
¡Al cuerno con el público!. Duncan Cameron.
A pesar de que los museos llevan siglos de existencia, su función social ha cambiado mucho en las últimas décadas, pues han pasado de ser fines en sí mismos (tradicionalmente con la colección como activo fundamental), a ser medios de comunicación, ostentando con ello un papel socioeducativo que antes no tenían, al menos de forma explícita.
En este sentido, el IX congreso del ICOM de 1971 en Grenoble marca un antes y un después en el compromiso de los museos con la educación. A partir de entonces, se identifica para los museos una función social concretamente relacionada con la comunicación y la educación, dando forma así al concepto de museo contemporáneo. En este IX Congreso influyó el pensamiento de museólogos como Hugues de Varine o el propio Duncan Cameron, en aspectos tales como el de asumir explícitamente el deber de prestar un servicio a la comunidad, el de hacer del Ser Humano el sujeto museístico por excelencia, o el de poner al visitante en el centro de la gestión, en el contexto de un museo sin apellidos y que fomentase el diálogo entre disciplinas.
La progresivamente reformulada definición de «museo» de ICOM resulta también reveladora de cómo se verifica en los museos esta intención de pasar de ser fines a ser medios. Inicialmente, la definición de museo no explicita nada acerca de la influencia que el museo aspira a ejercer sobre sus públicos. Hay que esperar a la revisión de 1951 para que la definición hable de intenciones de deleite e instrucción, formulando así unos propósitos concretos que los museos aspiran a conseguir en los visitantes, y que, por lo tanto, convierten a los museos en medios al servicio de una función explícita. La definición de ICOM de 1961 es más amplia y ya habla de estudio, educación y deleite, tríada de términos que se mantendrán en las descripciones posteriores como funciones del museo, identificado ya plenamente con un establecimiento con pretensiones sociales educativas en el sentido más amplio.
Aunque en la actualidad la enorme mayoría de los museos se identifiquen sobre el papel con este tipo de visiones, parece ser que pasar a la práctica está resultando algo más complicado. Durante las pasadas décadas, el perfil de los profesionales del museo debería haber cambiado y evolucionado en base a estas relativamente nuevas funciones sociales descritas, pero no lo ha hecho en la medida que era necesario, de modo que este proceso de transformación, consciente o no, se encuentra inacabado.
Este artículo de Cameron es perfecto paradigma de esta situación. No se trata de que los museos contemporáneos ya no puedan tener un brillante parqué como quizá mantenían los museos clásicos, sino sólo que la calidad del estado del parqué de los museos contemporáneos, deberá estar siempre supeditada a la función social que ellos mismos admiten y que deberá ser prioridad estratégica de su gestión.