El Museo Transformador
El cine (abreviatura de cinematógrafo o cinematografía) es la técnica y el arte de crear y proyectar metrajes (como se conocía a las películas en sus inicios). La cinematografía es la creación de secuencias de imágenes que simulan movimiento.
(Definiciones extraídas de Wikipedia)
Como ya comentamos en artículos anteriores, no es habitual que otros sectores pongan tanto interés en autodefinirse como lo tienen los museos. (Si entráis en la Academia de las Artes y las ciencias Cinematográficas, no encontraréis ninguna definición de cine, deberéis acudir a las enciclopedias). Esto es algo que resulta sintomático de las dificultades de auto-reconocimiento que tiene el sector de museos, y que pone de manifiesto algunas carencias muy importantes que desde El Museo Transformador pretendemos analizar.
La nueva definición de museo de ICOM ha suscitado encendidos elogios a pesar de las dificultades para llegar hasta ella. Pero para nosotros, resulta más que nada decepcionante. Los que nos llevamos el gran susto en 2019 con el borrador de definición que fue rechazado en Kyoto, y que esperábamos una reflexión amplia y drástica para aquel desafortunado texto, hemos saltado de la sartén para caer en el fuego de una definición menos oportuna, si cabe, a pesar de los arduos esfuerzos que el ICOM ha puesto en este proceso durante estos años.
La nueva definición presenta diversos problemas de forma y de fondo que analizamos a continuación.
En lo tocante a la forma pueden decirse al menos dos cosas. Por una parte es una definición demasiado larga y enrevesada y con demasiadas frases, contraviniendo así el primer principio de una definición elegante, que radica precisamente su brevedad y concisión. Por otra parte es muy diferente a la última definición del ICOM, en vigor de 2007[1], que era el resultado de un progresivo y adecuado refinado de la definición original de 1946. Nos preguntamos si desde 2007 hasta ahora los museos han cambiado tan drásticamente como su definición: nosotros creemos que no.
En lo relativo al fondo el tema daría para una muy larga discusión, pero cabe mencionar al menos algunas cosas.
Por una parte, la definición sigue partiendo de la idea de que el museo es una organización no lucrativa. ¿Va a crear el ICOM una policía para la propagación de la virtud y la prevención del vicio como existe en algunos países? ¿Se van a cerrar franquicias de grandes museos internacionales con un evidente ánimo de lucro? Este es un aspecto muy relevante que va saltando de definición en definición de museo sin demasiado cuestionamiento, a pesar de la importancia que hoy en día adquiere la sostenibilidad de las organizaciones por sus propios medios, en el contexto del tercer sector. Suponiendo que hubiera un museo que ganara dinero —cosa harto difícil— pero cumpliera de pleno su función social, ¿no sería aceptable?
En todo caso, la definición no cumple en absoluto con el fundamento básico de toda definición, que no es otro que el de acotar y diferenciar. Esta definición es en buena medida ostensiva, e intenta describir a los museos por extensión; no por la vía lógica de identificar su esencia diferencial respecto de otras instituciones, sino en base a enunciar una serie de aspectos comunes que suponemos que el ICOM ha reconocido en diferentes establecimientos considerados hoy en día como museos. Es fácil suponer que quizá subyace una intención políticamente correcta de incorporar en la definición a todos los museos existentes de facto, más que de describir lo que realmente es un museo: no fuera el caso de que quedaran en evidencia ciertas organizaciones importantes que quizá se llamen museos a sí mismos pero que en realidad no lo sean.
Una buena definición de museo no debería contener todo lo que un museo puede hacer, sino todo lo que solamente un museo puede hacer. A la hora de describir lo que es un fontanero, sería un grave error tratar de enunciar todo aquello que un fontanero podría hacer (conocemos a un fontanero que cocina estupendas paellas), sino que será preciso identificar aquello que sólo un fontanero puede hacer. En fin: sugerimos al lector releer otra vez la nueva definición de museo del ICOM aunque pensando en las bibliotecas, y podrá comprobar —con sorpresa— que éstas también podrían llegar a encajar en esta nueva definición de museo.
No sabemos si es el caso, pero quizá se haya intentado construir la nueva definición sobre la base de aquello que un museo idealmente debería querer ser o aspirar a ser, desde una perspectiva digámosle onírica. Seguramente no hay nada más peligroso que intentar hacer una definición de este modo (no creemos que a los autores de este artículo se les reconociera fácilmente si, siguiendo esta misma tónica, se describieran a sí mismos como altos, guapos, de ojos verdes y con una estupenda mata de pelo).
Pero lo peor sin duda es que la nueva definición de museo del ICOM sigue escapándose del cómo y renunciando a la valentía que cabría esperar en este sentido.
El empeño de definir a los museos no dista mucho del trabajo de crear la llamada misión, parte fundamental cuando se aborda el análisis estratégico de una organización. Aceptando que la nueva definición habla con relativo detalle de aquello que el museo, hoy, pretende conseguir para la sociedad, una vez más no nos dice nada concreto acerca de cómo va a conseguirlo. Apelar a eso de «ofreciendo experiencias variadas» resulta tan vago y abstracto como triste y carente de todo estímulo singular o espíritu diferencial. Se parte de la idea profundamente equivocada de confundir lo ecléctico con lo ambiguo.
El tubo de óleo de color azul en el estuche de un pintor cumple su función precisamente por tener un color bien determinado (el azul en este caso). Gracias a ello el pintor puede mezclarlo con otros tintes en el lienzo y trabajar con él en infinidad de matices, brillos y luces. Un imaginario tubo de óleo de color impreciso o cambiante, no aportaría más opciones al pintor, sino menos. Análogamente, el papel del museo contemporáneo en el crisol de multitud de medios que conforman la educación en la sociedad actual, sólo podrá verificarse en la medida en la que expliquemos cuál nuestra aportación diferencial con total claridad (nuestro color).
Mientras los museos no seamos capaces de explicar con sencillez y determinación —y quizá también algo de osadía— no sólo lo que pretendemos, sino también qué medios diferentes y concretos vamos a emplear para conseguirlo, nadaremos en las aguas estancadas de la prescindibilidad a medio y largo plazo. Esto último en particular es lo que impulsó nuestra intención de proponer una definición alternativa de museo, plenamente abierta a la participación y que sí se moja en este sentido.
[1] “El museo es una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medio ambiente con fines de educación, estudio y recreo”.