El Museo Transformador
El pasado 10 de diciembre, la RAE informaba de los nuevos términos y expresiones que el Diccionario de la Lengua Española (DLE) incluirá a partir de ahora. Entre espóiler, aerotermia o teletrabajar, han pasado desapercibidos los términos musealizar y musealización.
Musealizar, para el DLE es «Transformar en museo un lugar de interés cultural» o «Convertir algo en pieza de museo». Pero quizá más interesante sea descubrir que su origen proviene del italiano musealizzare, y este de museale ‘museal’ e –izzare ‘-izar’. Es decir, cuando musealizamos un lugar de interés cultural, lo estamos elevando a la categoría de museo, le dotamos de alma museal.
Pongamos un ejemplo: los búnkeres del Turó de la Rovira en Barcelona. Construidos durante la Guerra Civil, albergaron una batería antiaérea como defensa ante los bombardeos de la aviación franquista. Después de ésta quedaron abandonados y fueron uno más de los lugares donde creció el chabolismo en Barcelona durante la posguerra. En 2015 este espacio se musealizó, es decir se le dotó de alma museal y ahora son visitables para conocer una historia muy importante de la ciudad. (Quédense con el término historia).
El alma museal es aquel fenómeno humano por el que un objeto sufre una transformación radical ante los ojos de la persona que lo observa por el sólo hecho de dotarlo de contexto y de una narrativa vinculada a nuestros sentimientos y emociones más profundas, a nuestra historia. Piensen por ejemplo en Urko, uno de los hijos de Copito de nieve, que se expone naturalizado en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Un visitante que hubiera conocido a su progenitor en el Zoo y planteara la pregunta —real— «¿es de verdad?», ante la respuesta afirmativa, sufriría una explosión de sentimientos y emociones que antes no habría experimentado. La pieza, Urko en este caso, se transforma a ojos del visitante porque se establece un vínculo emocional. A esto nos referimos cuando hablamos de alma museal.
En esto debería consistir musealizar un objeto o espacio, dotarle de alma museal a partir de la narrativa que lo vincula a nuestra historia personal.
Nuestra duda es si todos los museos a los que se les supone estar musealizados per se lo hacen en sus exposiciones. En unos casos, todavía demasiados, porque olvidan que estas no son un muestrario de sus colecciones sino un agente educativo transformador mediante el lenguaje museográfico. La fascinante historia sobre la perspectiva que Tintoretto confirió al cuadro de título Lavatorio, expuesto en el Museo del Prado, solo puede ser conocida a través de su página web o del magnífico documental de RTVE conducido por Ramon Gener por su bicentenario. Ello es una muestra fehaciente de que no se le ha dotado de alma museal y tan sólo es un cuadro colgado de una pared —hermoso, eso sí—, cuyos personajes parecen desorganizados o desordenados. Pues no lo están. El cuadro fue creado para la iglesia de San Marcuola en Venecia y si bien mirándolo de frente, Jesús está a la derecha en una posición secundaria, mirándolo en oblicuo desde este ángulo derecho, como se hacía al entrar en la iglesia, adopta la posición principal lavando los pies al apóstol. Esta historia es la que se debería mostrar en la exposición mediante la museografía adecuada.
Pero por otro lado, muchos otros caen en la trampa de pensar que las tecnologías digitales serán las que lo hagan. Recientemente se ha publicado un concurso de ideas para un museo municipal dedicado a una de las más relevantes personalidades de la historia de Catalunya. Algunas de las posibilidades que se contemplan en el anteproyecto, son la creación de imágenes holográficas en 3D o un espacio de realidad virtual que permita visitar obras proyectadas pero jamás construidas por el protagonista. (Cabe sorprenderse de que un presunto concurso de ideas, del que se espera una especial apertura de miras, resulte tan profundamente sesgado con este tipo de orientaciones).
Ampliando adecuadamente el ya rancio concepto de inmersivo es hora de acoger desde los museos una nueva era posdigital, concepto a estas alturas ya exhaustivamente trabajado por diversos filósofos contemporáneos como Daniel Innerarity o Byung-Chul Han. El alma museal no requiere de ese enfoque naíf de la museología contemporánea que durante más de una década hemos sufrido en los museos. Casi siempre se ha traducido en carísimos proyectos de pirotecnia digital presuntamente renovadores, que a la hora de la verdad sólo han demostrado su total inadecuación para una experiencia museográfica relevante. Antes bien, su hecho diferencial se basa precisamente en trabajar con el gran potencial educativo y comunicativo de la realidad tangible, el recurso propio del lenguaje museográfico.
Cabe dar un paso más y redefinir sin dilación los conceptos de museografía atractiva, vanguardista e innovadora desacoplándolos sin complejos de la solución necesariamente digital, casi siempre comprada a precio de oro más como fin que como medio. Detengámonos un momento en el estupendo ejercicio intelectual que supone pensar por qué los acuarios (seguramente los establecimientos museísticos más exitosos) aún no han considerado sustituir sus tanques con peces vivos por pantallas con imágenes de peces, a pesar de que esto último les resultaría mucho más barato y sería aparentemente mucho más vanguardista…