Guido Ramellini, cofundador del Museo de las Matemáticas de Catalunya (MMACA)
Me parece que puedo afirmar que el interés suscitado en el reciente encuentro organizado por los gestores del blog El Museo Transformador por el Decálogo que se distribuye a los educadores del Museu de Matemàtiques de Catalunya (MMACA), se debe a la centralidad que presenta el tema de la conversación.
Este elemento común permite generalizar alguna característica de una experiencia bastante peculiar en el ámbito de los museos, tanto por el contenido -hay muy pocas exposiciones de matemáticas, aunque cada vez más- como por el proceso de construcción de la propuesta.
La Asociación MMACA nace como grupo de trabajo de la FME de la UPC por iniciativa de un grupo de profesores, mayoritariamente de escuela secundaria, que consideran que es necesario intervenir desde fuera de la educación reglada para mejorar el aprendizaje y la percepción social de las matemáticas. Nuestra única experiencia en el campo museístico se limitaba a haber montado exposiciones locales en el año 2000, Año internacional de las Matemáticas, y en la constatación de que esta disciplina tiene escasa presencia en los museos de ciencia y tecnología.
La exposición permanente del MMACA se abre en febrero de 2014, después de siete años de exposiciones itinerantes, que aún siguen, casi todas en Cataluña.
Tenemos muy pocos elementos patrimoniales clásicos, o sea objetos históricos. Casi todos los módulos están construidos por nosotros mismos e invitan a la manipulación activa por parte de los usuarios para resolver retos.
La sensación de satisfacción que genera la resolución de un reto racional es algo que conoce toda persona que se dedica de manera profesional o como aficionado a las matemáticas. Tiene elementos de carácter lúdico, pero es mucho más profunda e implica aspectos emocionales, autoconciencia, historia personal… Es algo que queremos compartir (punto 1), convencidos de que existen dos tipos de personas: aquellas a quienes gustan las matemáticas y las que aún no lo saben.
Nuestro público (cien mil visitas anuales prepandemia) es mayoritariamente escolar. La acogida de la propuesta ha sido masiva e inmediata, gracias a la existencia de unas potentes sociedades de profesores de matemáticas (presentes en cada comunidad autónoma), federadas en la FESPM.
Los primeros educadores fuimos los mismos socios del MMACA y, al crecer la oferta, hemos ido formando, incorporando y contratando a personas más jóvenes.
Seguimos sin externalizar los servicios educativos, formando a nuevos educadores en la línea de este Decálogo.
El Decálogo[1]
Hemos elaborado un breve Decálogo con observaciones de estilo que puede resultar
interesante para orientar el trato con el visitante escolar, familiar, profesional o público general:
- Siente tuya la exposición ¡El visitante lo notará! Sé como un buen anfitrión que muestra con ilusión su casa a un grupo de amigos.
- Da razones al visitante para que establezca una conversación con el módulo y ten en cuenta que la primera de esas razones es tu entusiasmo.
- Motiva. Busca la motivación en fuentes diversas: la curiosidad, la utilidad, la sorpresa, el reto, la relación con el entorno…
- No expliques todo lo que sabes sobre un módulo ¡Invita al descubrimiento! No comunica más quien más explica.
- Administra tu silencio, deja tiempo para la reflexión y deja espacio a las intervenciones de los visitantes.
- Anima a afrontar los retos, ten más tendencia a preguntar que a explicar, a dar más pistas que soluciones, a influir más que a interferir… ¡Consigue que el visitante sea el protagonista y no le robes la satisfacción del éxito!
- Evita que nadie se sienta excluido. Huye de ofrecer una imagen elitista de las matemáticas y transmite implícitamente la convicción de que todo el mundo puede participar.
- Consigue que el visitante se lleve ideas y preguntas a casa. Que su visita no acabe cuando salga por la puerta.
- No quieras enseñar matemáticas en el sentido académico. Simplemente invita a vivir experiencias matemáticas.
- No olvides el proyecto de fondo: el Museo de Matemáticas. Menciónalo en algún momento de la visita y, por favor, despídete con un “¡nos veremos en el Museo!”
Todo el Decálogo gira alrededor de favorecer una comunicación fluida entre los elementos que enriquecen la experiencia museográfica, vista como intercambio de emociones, reflexiones y acciones, o sea, conversaciones:
- Entre el objeto y cada beneficiario, si queremos usar la terminología que le gusta a Guillermo Fernández.
El objeto debe conectar con la experiencia del usuario (cercanía e inclusividad – punto 2) para inducirlo rápidamente a una acción libre o una tarea (resolución de un reto), dejando en segundo plano, aunque puedan ser de gran utilidad, otros elementos (imágenes, videos, etc.)
Entender que la conversación empieza con el objeto hace que su valor comunicativo esté presente desde el momento de la creación del módulo y del diseño de la actividad y no algo que sea necesario añadir en un segundo momento, tensando los elementos comunicativos que no pertenecen estrictamente al lenguaje museográfico. El diseño recupera así su función esencial, que no es la de adornar, cosa que vacía la componente estética de una parte importante de su valor, sino la de favorecer la comunicación con el usuario.
Es posible que esto sea relativamente fácil en un objeto de nueva creación y que necesite una reflexión más profunda para los elementos patrimoniales, para que su importante valor evocativo no se limite a una admiración pasiva. Puede que sea necesario entonces incorporar estrategias distintas (talleres) y elementos complementarios (copias, simulaciones…) para que sea el fenómeno, y no sólo el objeto, el desencadenante de la conversación.
En todo caso, el resultado debe ser que el beneficiario perciba que todo está pensado para que él/ella esté en el foco de la experiencia (punto 6).
- Entre el beneficiario consigo mismo (reflexión) y otros usuarios
En los museos se realiza una experiencia que es personal y social a la vez, compartida con otras personas.
El impacto personal induce a la reflexión y a la conexión de la experiencia en el Museo con el conjunto de conocimientos y valores previos. El impacto no termina a la salida de la exposición ya que, como toda experiencia importante, comporta un reajuste del bagaje experiencial de las personas.
La conversación entre usuarios representa el momento fundamental de la experiencia, tanto si se desarrolla entre un grupo ya constituido (familia, clase…) como si es espontáneo, que se forma y deshace a cada módulo.
En ambos casos, es muy interesante ver cómo cambian los papeles de los componentes de un grupo y se trasmiten conocimiento y experiencias que, además, toman otro valor y utilidad en un contexto distinto.
Todo conforma una experiencia inclusiva y rica en descubrimientos (punto7).
- Entre beneficiario y facilitadores
El Decálogo dedica, obviamente, una especial atención a la función comunicadora del facilitador/a. Aun cuando esté relegado a un papel secundario, es importante que asuma que, como en el teatro, no hay papeles pequeños, sino sólo actores buenos o mediocres.
El lema “nosotros no enseñamos, pero ellos aprenden” define el papel del facilitador, que no guía, sino que acompaña; no contesta, sino que orienta la investigación y estimula y afina las preguntas (puntos 4 y 5)
Por otro lado, el Decálogo evidencia sus “momentos estelares“:
Acoger (punto 1), para que cada usuario se sienta bienvenido y tenga un impacto positivo con la exposición, y despedirse (punto 10), para que el impacto emocional no acabe a la salida de la exposición, sino que continúe a través del proceso de reflexión, personal o colectiva, que representa un resultado imprescindible del éxito de la propuesta del Museo (punto 8).
Uno de nuestros sueños, todavía guardado en un cajón, es el de poner a la salida de la exposición un rótulo que diga: “Ahora estás entrando en el Museo de las Matemáticas”, porque hay tanta matemática fuera como dentro del Museo y la exposición sólo sirve para afinar la mirada.
En el Decálogo no está explicitado otro de los momentos altamente satisfactorios que se ofrece al facilitador/a: los Talleres Instantáneos.
Hay actividades muy ricas e interesantes que no se pueden transformar en módulos de exposición porque necesitan ser más guiadas, piden tiempos demasiado largos o instrucciones complejas o simplemente resultan demasiado difíciles para el usuario medio y generarían frustración.
Algunas de estas actividades tienen un vínculo potente con algún módulo y, ante un interés comprobado (punto 3) por parte de un grupo de usuarios, permiten al educador/a proponer nuevos materiales “especiales” y tratar aspectos diferentes: la historia del objeto o del fenómeno, sus conexiones con la realidad tecnológica, industrial, social, científica…, o efectos sorprendentes como trucos de magia matemática.
Son los momentos en los que la función del educador/a del Museo se parece más a la de un profesor de escuela, pero es muy importante que estos ratos sean ocasionales y tengan una función complementaria (punto 9). De ninguna manera se justificaría que se prive al usuario del placer de resolver los retos o de formular y verificar hipótesis (punto 6).
Exportado a otras situaciones y compartido en momentos como el encuentro organizado por el Museo Transformador o las conversaciones en el ámbito de la CoP Patrimonio-Escuela, el Decálogo no tiene más valor que unas sugerencias cuyo sentido cada operador de museo debe interpretar y adaptar a su propio discurso.
Creemos que algunos elementos son de carácter general y alimentan buenas prácticas.
[1]El autor principal de este Decálogo es Anton Aubanell, catedrático de secundaria y docente de Educación Matemática de la UB, además de miembro fundador del MMACA, del Grup Cúbic de la UB y del CREAMat. La experiencia docente en la escuela y el uso de material manipulativo en el aula han sido fundamentales para diferenciar la acción educativa que queríamos proponer a través del MMACA, que ha sido objeto de casi dos años de discusión, y para seleccionar estrictamente las actividades a realizar en el aula, que se podían transformar en módulos de una exposición. El ejemplo del Mathematikum de Giessen y las conversaciones con su director, Albrecht Beutelspacher, nos permitieron finalmente comprobar la validez de nuestro proyecto.